7 de mayo de 2011

Instante errado

El cielo ya casi estaba pintado en su totalidad de un negro azabache, odiaba la época invernal por este único motivo, la oscuridad. Los vendedores comenzaban a tapiar sus vidrieras, por fin se acercaba el domingo, el día donde nadie abriría y todos podrían descansar. La llama de la calle principal comenzaba a extinguirse al tiempo en que todas las vidrieras se confundían con el cielo y los trabajadores intercambiaban falsos saludos con sus colegas para alejarse de su lugar de trabajo y saturar las paradas de los transportes públicos.
Claro está, que para que haya una historia un instante tiene que estar errado. Nada llama más la atención que un punto en el espacio que es inconexo y crea una inquietud. Y aquí entraba en escena el anciano.

¿Porqué estaba acomodando los relojes, como si en vez de terminarse la jornada laboral, estuviese empezando?
Colocaba el precio en cada uno de ellos y los situaba de acuerdo a un orden de equilibrio, como si fuese la tarea más importante de su existencia. En la estantería rezaban relojes absurdos; que sin ruido, que digital, que a agujas, que más grande, que más chico, que despertador, que con motivos infantiles y él se encargaba de darles un propósito a éstos.

Y nadie entraría a ver qué ocurría en realidad con el anciano, nadie se preguntaría lo mismo que yo. Porque la gente camina apurada sin ver a su alrededor, sin inquietarse más que sus propios problemas, intentando llegar más rápido a destino y sin preocuparse por ver lo que pierde en el camino.

1 comentario:

  1. Anónimo20:23

    muchos instantes son errados en la vida, a veces a proposito, a veces sin querer, pero hay que seguir.
    seguir teniendo instantes erroneos que son los que les dan drama a la vida JEJE

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