25 de junio de 2014

II



 La gloria la sentí cuando descubrí cómo desmigajar el pan para utilizarlo de anzuelo.
 Primero sentí gloria, y después poder (porque toda gloria acarrea inexorablemente un sentimiento de superioridad ante el oprimido), victoria al contener mi sonrisa de vencedor y continuar con el ardid. Mentón alto, satisfacción, poder infinito.
 Más adelante llegó la incertidumbre: la inconsecuencia del ser humano volcada en mi carne, la desconfianza hacia el impulso más puro de nuestra sangre, de nuestros sentidos. El cuestionamiento de la realidad con meros existencialismos. 
 Llegó la pena, y el dolor. 
 La alegría que inundó todo llegó después; mucho antes que el cansancio y la incertidumbre, que siempre parecía perseguirme como una sombra oscura persigue el calor del sol.

 El orden nos tranquiliza: inhalo, pausa, exhalo, pausa, inhalo, pausa. Todo tiene cierto orden, cierta estructura. Nadie muere antes de nacer. Ordeno mi historia para poder superarla, para poder entenderla.  Para comprender porqué te quise tanto y ya no te quiero. Para entender qué paso en el medio y no intentar arreglarlo, porque lo que ya está roto no podrá remediarse. Además, ¿serviría de algo querer reparar lo irreparable? ¿Cómo reparamos la vida que duele como mil soles, la adolescencia que quema más que mil espinas y la muerte que penetra como mil angustias?
 Tuve el mar y la lluvia, y respondían a mi capricho. La tormenta comenzaba en cuanto una lágrima brotaba de mi mejilla y la nieve caía cuando un suspiro de vapor se escapaba de mi boca.
 Yo tuve todo, sé que así fue y por nada en el mundo quiero alguna vez cuestionarlo. 
 Tuve todas las tragedias de amor con las que siempre soñé, fui Romeo y fui Julieta. 
 Y era todo tal como la vida podía dármelo: real, palpable e inestable. Viví una verdadera felicidad la cuál tan sólo puedo reconocer ahora. 
 Nos quedábamos bailando hasta que las estrellas dejaban de existir. Charlábamos en el balcón tomando limonada. Éramos niños, jóvenes y adultos. Niños al pelear con almohadas y bailar música a destiempo. Jóvenes al besarnos riendo. Viejos al dormir abrazados, despertar ojerosos e ir a trabajar, amándonos desde la distancia. Trágicos.
 Porque el amor siempre es trágico. Siempre lleva consigo el sabor de una victoria y una derrota, de un futuro incierto que sabe a pérdida y de un comienzo espléndido. Lleva el sabor de la vida y de la muerte, es la analogía perfecta de su fusión imposible.

 Y así, previniendo la tragedia, llegó la niebla nuevamente. Y con la niebla, la lluvia. 
 Y todo terminó mientras recordaba el primer beso, ¿seré la única que siente que saben iguales? ¿Qué el último y el primer beso implican sangre?
 Aún estaba intentando sentirlo, mojarme mis labios con tu elixir cuando descubrí que lentamente todo terminaría para siempre.
 Que lentamente los recuerdos irían desapareciendo y nos iremos olvidando uno del otro. Porque así es la vida y eso es lo que hace la gente: los deja ir para que ya no quemen, para que ya no ardan y extingan lo que nos queda de vida. 

 Para que todo acabe aquí y ahora de la misma manera que comenzó.