28 de agosto de 2010

 
La luz de una lámpara alumbraba el cadáver, eran las seis con cinco minutos y exactamente, cuatro segundos, ¿alguien haría algo para impedir que siga ocurriendo lo impensable?
Me acerqué y prendí la salamandra, aunque sabía que hacía más de 25 grados, mis manos temblaban y mi corazón se congelaba; necesitaba algo, un poco de consuelo cálido.
No podía seguir observando a ese cuerpo sin alma, a ese cuerpo sin vida, ese cuerpo que alguna vez había reído. El cuerpo de alguien que había amado con todo mi corazón, que sabía que no podría vivir sin este, intenté no pensar en eso pero las lágrimas acudieron a mis ojos; el doloroso sabor a muerte inundaba el ambiente. Cerré los ojos mientras frotaba mis manos a centímetros de la salamandra.
Qué solo sea un sueño, qué solo sea un sueño, sollocé en mi fuero interno.
Y entonces, alguien río... con muchísima sorna. Fue la risa más horrenda que jamás había oído. Alguien río sadícamente, disfrutando la muerte, disfrutando mi sudor, mi miedo. 
Cerré los ojos con fuerza, ¡qué solo sea un sueño! ¡qué solo sea un sueño! Levantó algo pesado en el aire, lo besó con apremio y apretó el gatillo. Lo último que recuerdo fue un chasquido, el sonido de la muerte tocando mi puerta. Entrando en mi interior, bailando con mis venas, disfrutando de mi dolor, rozando a mi corazón.
Mi cuerpo calló de bruces al suelo, ya... sin vida en él, mis pálidas facciones demostraban horror, miedo, repugnancia. Ya en el quinto sueño escuché el sonido que, terminó por matarme. Oí a alguien, que no pude reconocer llorando. Un blasfemo sufrimiento, casi tan agudo como la muerte propia, más doloroso sin duda pero más profundo, que sin duda, me aniquiló. Llenó de culpa un corazón que había dejado de latir, y continué, sin lugar a donde escapar, oyendo la triste balada del dolor. Me mató, fue lo que terminó conmigo, no fue la bala, no fue el miedo, no fue el dolor, no fue la sangre. Un dolor emocional, para nada físico, y que no era mio terminó por sucumbir conmigo y me llevó más allá de la tumba.
Cuando desperté comprendí que realmente no sabía como se sentía morir, comprendí que el que se queda es el que más sufre y realmente, seas lo que seas, siempre alguien llorará por ti y alguien, lo creas o no, sufrirá más que ti. Las ganas de vivir y disfrutar la vida se apoderaron de mi piel, en carne propia sentí que quería disfrutar la vida a más no poder, por que pronto, se termina y termina siendo un dulce y doloroso recuerdo en manos de algún otro ser.

25 de agosto de 2010

le dénouement.

[...] Sin embargo, cada vez estaba más atorada, encadenada en un abandonado tronco, en medio del laberinto, sin salida alguna.
Las paredes no cesaron de crecer hasta que bloquearon el sol, me sumía en una imprecisa oscuridad, ya ni podía apreciar los muros que estaban consumiendome, creí que acabaría por volverme loca y de pronto, casi por accidente, la oscuridad fue aclarándose.
Pestañeé varias veces para comprobarlo ¿sería verdad? ¿o sería un espejismo creado por mi mente como refugio?
Pero no, ahí estaba: justo donde había comenzado, en el principio del laberinto.
Miré hacía atrás y el gran laberinto se sumía oscuro, tétrico y dañino; pero a pesar de eso, no me provocó nada, no sentí nada al mirarlo y —como muy pocas veces— miré hacia adelante. El pasto brillaba por el rocío, verde, más verde de lo que podía estar jamás y el sol relucía en su poniente, lejos, en el horizonte, y de pronto, me estremecí de placer. No lo pensé dos veces, y, antes de que me arrepintiese continué mi camino, y me dirigí al frente con la mirada puesta en el horizonte, siempre.