29 de septiembre de 2011

margaritas, miel y jugo de sandía.

Volver del inconsciente y oír la lluvia.
Correr a la cocina a preparar el café matutino.
Esperar al lado de la cafetera mirando un punto fijo, intentando que los pensamientos no se cuelen por la tranquilidad que acosa la mañana lluviosa pero que de todos modos, sean más fuertes que tú y se cuelen de cualquier forma.

Y tus pensamientos te elevan en la esencia de los recuerdos y allí estás, reviviendo sin que nadie pueda verte, lo que sucedió esa madrugada.
Un gentil jazz sonaba a lo lejos, pero nadie parecía percatarse de él más que cuando las jovencitas más ebrias tomaban de la mano a algún que otro muchacho y lo hacían bailar con ellas al ritmo del saxofón o de la trompeta.
Caminas por los pasillos del establecimiento como un ende invisible, como un fantasma. Y por fin los encuentras.
Bailan al son de la música, pero ambos notan que están casi tan sobrios como un domingo a la mañana, solo han tomado un poco de ponche que los ha vuelto algo más alegres. 
Emanan perfume de margaritas, miel y jugo de sandía. Sientes que estás de más, aunque sabes que ellos no notarían tu existencia ya que están perdidos en la mirada del otro. Se acarician con delicadeza, como si fuesen obras invaluables, piezas de arte, flores desnudas.
Y entonces cuestionas todas aquellas conjeturas que habías hecho en tus más oscuros y tristes días y te preguntas si lo que habías creído amor no era más que un tormento, porque el amor es correspondido, entonces o el amor realmente existía o lo que ellos vivían no era más que... un... no. 
Definitivamente, era amor.

21 de septiembre de 2011

catarsis I

Hizo catarsis con la triste melodía que sonaba de fondo. Cerró los ojos e intentó dejarse llevar por la música.
No tardó en llorar. Quizá no sería religiosa, pero no podía negar el que existiese el alma. No tenía ni idea de dónde se encontraría, ni tenía una explicación lógica pero en ese instante, la sentía vacía. 

17 de septiembre de 2011

The end

Con sumo cuidado y una gracia de bailarina, se sentó a un lado del sepulcro; "¿no es extraño saber que todos acabaremos igual?" pensó "a fin de cuentas, ni el dinero, ni la dicha, ni el poder podrían salvarnos del final."
Las banalidades que se le cruzaron por la mente en ese instante, aquellas por las que había derramado tantas lágrimas, se mostraron ante ella en aquél instante con su verdadera forma, los lamentos que había bailado y las penas que había aguantado fueron insulsas y logró comprender que las lágrimas que ahora derramaba quizá también lo serían... pero al ver el nombre que rezaba aquella lápida un chubasco provocado por una fuerza más poderosa que la atmósfera machucó toda la vegetación que se encontraba a su alrededor.


5 de septiembre de 2011

La lámpara se encontraba apagada, era lo mejor para ambos. El poder verse las caras hubiera sido fatal.
En la mesa reposaba la cena interrumpida, dos copas de vino —una medio llena, marcada con rush y otra, medio vacía—, dos platos rebosando de espagueti y un revólver en el medio.
La respiración suya, se volvía más intensa a cada inhalada; pero ella, por cada exhalada perdía más instantes de vida. Sentía cómo se le escurría el tiempo.
Se llevó la mano derecha al pecho, y con la izquierda, tomó la copa de vino y sorbió hasta la última gota.

Alucinó que la banda volvía a tocar.
Él le tomaba la mano, ignorando que su corazón sangraba a borbotones, y la llevaba a la pista de baile. A cada golpe de la batería, él, colocaba una mano encima de ella.
Exhalada, golpe, giro, paso, golpe.
El ritmo del tango les hacía saborear el poder de la muerte a cada paso, más más cerca.
Pero no importó... la pasión fue más fuerte.