20 de diciembre de 2010

Caeras, creeme.

Te encuentras caminando, como siempre lo haces, en un boulevard.
¡Éntiendelo! Parece un juego de niños, como esos que jugabas en el pre-escolar de hacer equilibrio y no caer a los costados, pero éste no es más que pura metáfora.
Volviendo al tema, caminas... lento, o rápido, depende tu ánimo, por el paseo arbolado de entre el boulevard. Ambas calles que lo rodea están transitadas por vehículos a 200 km/h a diferentes manos, pero a ti no te interesa. No quieres saber nada de autos, ni motonetas, ni nada que no sean tus piernas y esa arboleda.
No te interesa la fricción que ejercen esos vehículos que rozan tu piel y hacen volar tus cabellos. No. Lo único que quieres es no caer, seguir caminando siempre por la senda correcta y jamás desviarte.
Entonces es cuando se torna complicado. La pequeña alameda se hace más angosta cada vez y atestada cada vez más de arbustos... Y te encuentras haciendo equilibrio. Colocas ambos brazos estirados a la altura de tu hombro, ¡parece como si caminases en la viga de gimnasia!
Las gotas de sudor poblan tu piel, se confunden con lágrimas de esfuerzo y esmero, pero lo sabes. Si caes a cualquiera de los flancos del boulevard entonces ¡caerás en las trampas del amor!
Es algo confuso, peligras ahí debajo. Los autos te rozan sin razón aparente, amenazan con lastimarte. Van, vienen, vuelven... ¿Quién podría sobrevivir en semejante travesía sin salir herido?
Te engaña, ¡ya has estado allí! Si no te lastiman al principio... entonces cuando más tranquila parece la avenida, cuando crees que podrías recostarte en el medio, y te confías, ahí es cuando una motoneta a 300 km/h te arrolla y no te salvas. Nadie se salva de salir herido del amor, ni siquiera el más fuerte.
Pero no deseas caer, no. No lo deseas pero pronto... ¡se te hace imposible continuar caminando sobre el boulevard! Y caes.
Te rindes y gritas, cegada por las lágrimas ¡ven amor! ¡ven hacia mí! ¡házme arruinar todo como siempre lo hago gracias a tí!

16 de diciembre de 2010

La oficina donde el destino, vestido de traje y anteojos juega a ser empresario y coordina con la suerte y Cupido, un par de papeles habían caído al suelo, y al caer alborotados sobre el parquet se mezclaron y desordenaron.
¿Será posible que, al momento en el qué el Destino debería haberlos recogido con mucha maña y clasificarlos por país, sexo, edad y contexto se hubiese distraído coqueteando con alguna muchachita atrevida que se había agachado en un buen gesto a recoger los papeles? ¿Habrían cruzado la vista, habrían sonreído y se habrían sonrojado, enamorandose de manera novelezca? ¿La habría invitado a tomar un café entonces, y así se habría olvidado de ordenar esos papeles para entregárselos a Cupido?
El papeleo habría reposado en el escritorio por unas semanas sin que nadie les prestase atención, y habrían pasado al olvido para nunca ser mandados con Cupido.
Así el Destino sería el culpable de que muchas historias tuviesen como único desenlace un par de lágrimas y corazones rotos... como la mía.

11 de diciembre de 2010

Nervios

Nunca falta esta entrada: en donde creo agonizar y describo cómo late mi corazón a 2.334 km/h aunque falten exactamente tres horas y media para estar en el escenario y decir mis textos (que por cierto me olvidé), y correr contra el reloj para cambiar de personaje y vestirme.
Lo peor es que... se pasa tan rápido, las horas previas parecen absorver mi sangre y disfrutan haciendolo, andando lentísimo a una velocidad absurda, mientras que, la hora en donde soy otra persona, pasa volando y en un abrir y cerrar de ojos ya es cosa del pasado.

Reaccion quimica

Percebe dormía en el centro de mi corazón.
Fue una reacción química: la noticia reacciono —como lo hace el hielo seco con el agua provocando espuma— con mi monstruo interior y explotó. Pero, a cambio de provocar una mezcla burbujeante provocó el caos. La bestia despertó malhumorada, le irritó estar encerrada y buscó una manera de escapar.
Rasguño mi carne, mi piel, mis músculos buscando un hueco. Me ocasionó una hemorragia interna. La sangre chorreaba a borbotones desde dentro de mi corazón y la bestia, empapada en ésta, continuaba buscando la salida; no le importó lastimarme o ocasionarme algún problema.
Cuando escapó me transformé. Grité. Grité y lloré, destrozé cada almohada que tenía a mi alcance con los dientes. Pateé las paredes, ahorqué un muñeco de peluche. Continué llorando, llorando a mares. Inundé mi corazón y luego, éste se ahogó. La adrenalina tomó su lugar, velozmente pereció y comencé a llorar, pero esta vez de tristeza y no por furia.

5 de diciembre de 2010

Psicosis

Sus puertas yacían cerradas hace tiempo atrás. Pronto las cerraduras serían perfectos refugios para arañas que quisiesen tejer sus telarañas, ya que jamás serían molestadas por nadie. Nadie más se atrevería a salir o a entrar a esa morada.
Mucho antes, cuando aún le quedaba una ínfima fuerza de voluntad, le cerró las puertas al mismísimo Sol. Tapió las ventanas sin más ni menos, pero sin embargo, no se rehusó a iluminar su triste vivienda con luz artificial.
Era cerca del décimo octavo mediodía en el que no prendía el horno ni abría la heladera, había dejado de comer hace bastante tiempo.

Su departamento olía mal, a encierro y a suciedad.
Y en parte era por su culpa, claro está que por no limpiar la casa el olor podría escapar de cualquier lugar. Pero en este caso, ella era la que lo exhalaba: había dejado de bañarse.
Efectivamente, había dejado de socializar, de tener contacto con demás personas, por que cualquier persona era dañina para su salud, sabía que cualquier persona le intentaría infundir ánimos para continuar, que cualquier persona criticaría a su amado y cuestionarían el porqué él la había dejado.
Pero ella no le encontraría sentido a esos consuelos, casi le parecían estúpidos. Él era su razón de vivir, él no era mala persona, no era estúpido, y si la había dejado era por su culpa y nada más que por algo que ella había hecho mal. De todas formas, el consejo más superfluo e inutil era el de seguir con su vida normal, sonaba obvio para ella, desde que él se había ido sus ganas de vivir también la habían abandonado.

Lo único que le había quedado eran las lágrimas.
Se debilitaba cada vez más, encerrada en su comedor, recostada (o sentada) en un rancio sofá, muriendo de hambre, pero su corazón no la dejaba comer. Le pesaba el corazón, se sentía cada vez más y más débil, se preguntaba si moriría, se preguntaba si podría retomar su vida ahora que estaba en su lecho de muerte, se preguntaba si todos los recuerdos que vivía en su mente como si fuese un film antiguo alguna vez habían sido verdad ¿él la había amado o solo era una fantasía?
Entonces, todo estuvo muy claro. Debería haber alguna razón buena por la cuál él la había dejado, y siempre había confiado en él y lo había seguido a todo lo que hacía, ¿entonces qué hacía allí? Si él la había abandonado... entonces ella debería abandonarse, y como si el suicidio fuera una decisión sencilla, dejó de respirar. Además, respirar era un beneficio.

Tal vez apretó sus párpados, o tal vez no. Su cuerpo profirió un último suspiro y porfín descansó. La llama de su vida se apagó y su consumido corazón dejó de latir. Nada (ni nadie) sabía de su prematuro fin, pero en cuanto la putrefacción alcanzó el límite los vecinos se enteraron y la policía entró en acción. El cuerpo yacía inerte, y era la fuente de alimento de miles de insectos.
Los policías se encargaron de buscar sus conocidos, y todos aquellos, tanto sus familiares como sus amigos suspiraron aliviados al oír su nombre, pero gritaron horrorizados al enterarse qué le había sucedido. Lo cierto es que la pequeña había desaparecido hacía mucho tiempo. Encontraron en la casa miles de escritos en donde ella nombraba a su dichoso novio, pero ningún conocido de la susodicha sabía de la existencia de algún marido en cuestión o un amor. Lo cierto es que su madre le encontró el sentido: su novio era producto de su imaginación. Jamás había existido alguien de tanta importancia para ella que estuviese vivo, y por lo pronto, se había encerrado en cuanto la habían diagnosticado de psicosis en el hospital del Estado.

23 de noviembre de 2010

Un final hermoso.

Duras serán tus palabras, lo sé: porque aunque tu voz no haya roto aún el sosiego del viento, confió en mi perspicacia de que ésta anunciara nada más que el fin.
Por favor, sé que acabarás conmigo, que nada te hará cambiar de opinión y que no existe solución alguna, entonces concedeme un último deseo: déjame elegir el modo en el que debo morir. No, llamémoslo suicidio. Porque yo deseo morir si a ti mi vida te es insignificante.
Oh por favor, hazlo rápido pero de un modo estético. Mátame como si dibujases, deja mi vida en las manos de la danza entre tus dedos y la carbonilla: dibuja con movimientos ligeros en un papel mi destino y dolerá menos, porque así lo quiero. Hazlo rápido así pronto te olvido.
Recházame con poesía que de ese modo, el dolor se oculta en un manto de rosas. ¡Duele del mismo modo pero es más bello de esta manera! Miente si en realidad me has amado y es otra tu causa, utiliza palabras sutiles y profundas, dime que me has olvidado y que jamás me has amado: hagamos de esto un gran drama; busca metáforas, comparaciones, ¡compara tu espada y mi corazón con la pólvora y el fuego, que en tan pronto se unan su final será explosivo!
Cierto, mátame con espadas, porque las armas de fuego poco poéticas son y debido a que mi final no será feliz, pido al cielo un final hermoso, como mi vida que así lo ha sido.

19 de noviembre de 2010

Rayó en lo absurdo.

Jazmín abrió su buzón con normalidad, como parte de la rutina y se quedó anonadada: una cajita de cinco centímetros de largo de un color negro profundo que llevaba un gran moño platinado yacía en donde con normalidad había correspondencia o cuentas del banco o de la luz.
Pero hoy, no había otra cosa más que un regalo.
Lo volteó varias veces mientras se dirigía a su casa: definitivamente se trataba de joyería.
Lo examinó con presición pero no descubrió tarjeta ni dedicatoria así que lo tomó como un regalo anónimo.
Primero la asaltó la duda ¿quién podría haberle enviado lo que aparentemente era una joya? Al pensar que podría haber sido un pretendiente rico se sintío sofisticada y aspiró profundamente ¡Caramba! ¡Porfín saldría de esa pesada y horrible crisis ecónomica! Aceptaría su mano en matrimonio rápida y furtivamente, se casarían y pronto estarían en un crucero, vistiendo vestidos de sedas y joyas en ambas manos, rumbo a alguna isla privada cerca de la Polinesia...
Luego, la asaltó la desconfianza: era imposible que ella tuviese un pretendiente ¡y mucho menos rico!
Después, creyó comprender todo, ¡claro! pensó, ¡seguro se trata de una equivocación! El cartero se debía haber equivocado de departamento y por eso había recibido en su buzón esa joya tan cara...
Entonces se dió cuenta que ni siquiera se había cersiorado de que era una joya y mucho menos carísima... Tal vez era otra cosa.
Rompió el emboltorio, arrojó el moño al suelo y se encontró con una cajita de cuatro centimetros de un elegante color morado. Ésta no llevaba moño, ni listón y continúo rayando el anónimato.
Tomó una gran bocaza de aire y la abrió.
Pronto descubrió que no era ninguna joya cara, no, no se trataba de eso.
Conocía el regalo: era un pedazo de hojalata soldado con una excelente maña, y con un aplique de una piedra semi preciosa hurtada de otro anillo similar pero roto y con muchos años de uso que ahora yacía olvidado en un cajón y vacío, sin la piedrita plateada que ahora llevaba este cachabache.
Y en ese momento, el anónimato tuvo nombre y rayó en lo absurdo: Gutierrez.
¡No era ninguna equivocación! ¡No solucionaría ninguna crisis ecónomica! ¡Jamás había existido algún pretendiente rico! ¡Y nunca iría a la Polinesia ni vestiría ropas de seda!
Dejó el dicho "presente" (entre muchísimas comillas) en el suelo y con sus zapatos de tacón corrió al ayuntamiento a cambiar su código postal ¡Jamás querría recibir algún otro regalo estúpido de ese muchacho tan estúpido!

5 de octubre de 2010

El amor concluye siendo el nudo y el desenlace del conflicto.

INTRODUCCIÓN: [...] —Lo que esta comenzando a sentir la muchachita debería considerarse un delito doloso.
                                         —¿Tú dices? Lo concidero una cierta calumnia, sinceramente creo que es un delito imprudente, la pobrecilla no tiene la facultad de enamorarse de quién decidiese.
                                         —¡Pamplinas! Deja de decir estúpideces.
                                         El receptor sopesó lo que el emisor acababa de plantearle.
                                         —Deberíamos llamar al ministerio, ¡has descubierto una nueva capacidad en el ser humano! Cuéntame amigo, ¿cómo le quitas el inmenso poder que tiene el corazón de decidir por quién latir? [...]


NUDO: [...] La muchachita dejó de llorar y relamerse en su soledad, de todos modos no era su culpa que la hubiesen mandado a la prisión, ni por asomo era su culpa sentir lo que sentía por un hombre muchísimo mayor que ella. La decisión la tomaba su corazón y ella no tenía ni voz ni voto en ese momento en que él había elegido, solo era delegada de esa orden que le habían impuesto sus entrañas y no podía hacer nada al respecto. Solo actuar e intentar cumplir el pedido que su corazón dictaba a cada latido, intentarlo a sabiendas de que era meramente imposible. El pedido más rídiculo que su organo principal había efectuado en su larga existencia; y por eso había terminado encerrada. Tan pocos eran los que entendían al amor [...]

DESENLACE:  unwritten...
By Caroline. 

25 de septiembre de 2010

Su rostro delataba los muchos años que había vivido esa pobre mujer, tenía la cara surcada de arrugas, los ojos cansados, una sonrisa demacrada y no cesaba de temblar. Usaba unas grandes gafas que seguro abarcaban todo problema de la vista posible.
Su cabellera iba a juego con su larga falda, ambas de beige oscuro, color que también coloreaba sus labios, tirando más al rojo amarronado.
Sin embargo, aunque llevase un blaizer color ultramar elegante, y pareciese una anciana elegante, de buena familia, con buena economía y demás... parecía bastante vacía.
Triste, y harta. Aburrida de la monotonía de su vida, agobiada de la rutina del día a día, que la arrastraba desde valla a saber uno cuándo, desde que ella era una niña, desde que asistía a la primaria vestida con un guardapolvo verde mar, con su mochilita roja, dos largas trenzas en lo alto de su cabeza y una sonrisa radiante de oreja a oreja, desde antes de lo que su memoria podía llegar a cubrir.
Supuse —por que a todo esto, ambas estábamos bajo un frío abrazador esperando al colectivo a las seis de la tarde de un día de semana— que la mujer había decidido cambiar su habitual rutina, que se había cansado y quería probar algo nuevo, jamás se me cruzó por la cabeza que la pobre vieja estuviese loca.
Las demás personas no la miraban, la pasaban por encima, se enfrascaban en sus propias historias, en sus inútiles problemas, o aún peor, la mirasen como si estuviese loca.
Aquí está la cuestión: la mujer movía la cabeza, hacía gestos extraños y movía la boca, como si estuviese hablando pero sin articular palabra más que un balbuceo constante, y sin emitir sonido alguno. Fijaba la vista en algún punto inexistente y le coqueteaba a valla a saber quién, jugueteaba con su pelo y le dedicaba tímidas sonrisas; o si no, fijaba la vista en algún otro punto inexistente y le dedicaba una retada de aquellas, fruncía el entrecejo y mientras movía las manos, abría y cerraba la boca enojada.
Por suerte, el frío cesó para mí cuando llegó el colectivo.
El vehículo se puso en marcha rápidamente, pedí el boleto y, mientras buscaba asientos vacíos o buenos lugares donde pudiera aferrarme, ella pidió el boleto y no pude escuchar su voz. No pedía que me dirigiese a mí la palabra, sino oírla decir un simple 'uno veinte' o 'hasta plaza de mayo', y, directamente, le cedieron el asiento y ella, tomó asiento enfrente mio.
La mujer seguía hablando sola, inventándose un propio mundito donde por unos minutos pudiese hablar con seres invisibles y viajara en un colectivo hasta marte ida y vuelta. Donde la gente que la mirase mal y creyese que la loca se había escapado del manicomio entre risas sádicas solo fueran un molesto zumbido en la oreja y nada más.
Me dí cuenta que la estaba observando hace bastante, y la miraba de un modo muy extraño... Si alguien me mirase fijo por más de diez minutos como lo estaba haciendo yo, realmente me asustaría. Sin embargo la mujer no lo hizo, creo que ni se percató que la estaba observando.
Continuó hablando sola, sin percatarse que yo la miraba, sin siquiera devolverme la mirada en tono de alarma, no, ni eso hizo.
Luego de un rato abandonó el autobús, casi de manera instantánea. Debería saberse el camino de memoria, se levantó del asiento, con mucho cuidado caminó entre el aglomera miento de gente y presionó el timbre justo 200 mts antes de la parada, como es debido. Bajó las escaleras, tranquila y así continuó caminando sin dejar de hablar por un solo segundo.
Casi sin querer, esta peculiar anciana huyó de mi vida casi más rápido de lo que había entrado a ella.

28 de agosto de 2010

 
La luz de una lámpara alumbraba el cadáver, eran las seis con cinco minutos y exactamente, cuatro segundos, ¿alguien haría algo para impedir que siga ocurriendo lo impensable?
Me acerqué y prendí la salamandra, aunque sabía que hacía más de 25 grados, mis manos temblaban y mi corazón se congelaba; necesitaba algo, un poco de consuelo cálido.
No podía seguir observando a ese cuerpo sin alma, a ese cuerpo sin vida, ese cuerpo que alguna vez había reído. El cuerpo de alguien que había amado con todo mi corazón, que sabía que no podría vivir sin este, intenté no pensar en eso pero las lágrimas acudieron a mis ojos; el doloroso sabor a muerte inundaba el ambiente. Cerré los ojos mientras frotaba mis manos a centímetros de la salamandra.
Qué solo sea un sueño, qué solo sea un sueño, sollocé en mi fuero interno.
Y entonces, alguien río... con muchísima sorna. Fue la risa más horrenda que jamás había oído. Alguien río sadícamente, disfrutando la muerte, disfrutando mi sudor, mi miedo. 
Cerré los ojos con fuerza, ¡qué solo sea un sueño! ¡qué solo sea un sueño! Levantó algo pesado en el aire, lo besó con apremio y apretó el gatillo. Lo último que recuerdo fue un chasquido, el sonido de la muerte tocando mi puerta. Entrando en mi interior, bailando con mis venas, disfrutando de mi dolor, rozando a mi corazón.
Mi cuerpo calló de bruces al suelo, ya... sin vida en él, mis pálidas facciones demostraban horror, miedo, repugnancia. Ya en el quinto sueño escuché el sonido que, terminó por matarme. Oí a alguien, que no pude reconocer llorando. Un blasfemo sufrimiento, casi tan agudo como la muerte propia, más doloroso sin duda pero más profundo, que sin duda, me aniquiló. Llenó de culpa un corazón que había dejado de latir, y continué, sin lugar a donde escapar, oyendo la triste balada del dolor. Me mató, fue lo que terminó conmigo, no fue la bala, no fue el miedo, no fue el dolor, no fue la sangre. Un dolor emocional, para nada físico, y que no era mio terminó por sucumbir conmigo y me llevó más allá de la tumba.
Cuando desperté comprendí que realmente no sabía como se sentía morir, comprendí que el que se queda es el que más sufre y realmente, seas lo que seas, siempre alguien llorará por ti y alguien, lo creas o no, sufrirá más que ti. Las ganas de vivir y disfrutar la vida se apoderaron de mi piel, en carne propia sentí que quería disfrutar la vida a más no poder, por que pronto, se termina y termina siendo un dulce y doloroso recuerdo en manos de algún otro ser.

25 de agosto de 2010

le dénouement.

[...] Sin embargo, cada vez estaba más atorada, encadenada en un abandonado tronco, en medio del laberinto, sin salida alguna.
Las paredes no cesaron de crecer hasta que bloquearon el sol, me sumía en una imprecisa oscuridad, ya ni podía apreciar los muros que estaban consumiendome, creí que acabaría por volverme loca y de pronto, casi por accidente, la oscuridad fue aclarándose.
Pestañeé varias veces para comprobarlo ¿sería verdad? ¿o sería un espejismo creado por mi mente como refugio?
Pero no, ahí estaba: justo donde había comenzado, en el principio del laberinto.
Miré hacía atrás y el gran laberinto se sumía oscuro, tétrico y dañino; pero a pesar de eso, no me provocó nada, no sentí nada al mirarlo y —como muy pocas veces— miré hacia adelante. El pasto brillaba por el rocío, verde, más verde de lo que podía estar jamás y el sol relucía en su poniente, lejos, en el horizonte, y de pronto, me estremecí de placer. No lo pensé dos veces, y, antes de que me arrepintiese continué mi camino, y me dirigí al frente con la mirada puesta en el horizonte, siempre.

15 de julio de 2010

XXII

Increíble, ¿cuántas veces repetí el mismo monologo?
¿Cuántas veces creí que iba a ser capaz de olvidarme de tí?
Infinitas, pongamosle... veintidos.
Es la vigésima segunda vez, que estoy parada enfrente de todo un gran público repitiendo mi soliloquio ¿acabara alguna vez esta condena?
Estoy atascadísima, si pudiera pedir tres deseos serían: tenerte, superarte y... volverme a enamorar.
¿Cómo podré pasar de página? ¿volver a escribir una historia con otra persona que no seas tú?
No lo sé, pero tendré que averiguarlo: no puedo continuar así.

1 de julio de 2010

La vida es frágil, como una copa de cristal.
Con el mínimo descuido, el cristal se rompe.
Duele imaginar un gran futuro, y de pronto, oír el fuerte ruido de los cristales sacandote de tu ensimismamiento.
Duele, sí, duele.

6 de marzo de 2010

Alba {segunda parte de un nuevo comienzo}

Un gallo empezaba a cantar su canción desde el otro lado de la isla;
'kikiri ki' 'kikiri ki'
También se empezaban a oir a pequeños pajaritos que amanecían felices.
Solo se oía a un buho rezagado que aún no quería irse a dormir.
Era la batalla entre el día y la noche, 
entre la luz y la oscuridad.
Entre la depresión y la felicidad.
Me cuestionaba sí el sol iba a salir realmente;
el trabajo del buho era macabro, realmente controlaba mi lado pesimista.
Pero no, no esta vez. 
Veía con mis propios ojos que algo estaba cambiando...
El primer resplandor por fín se asomaba por el este.
El cielo había vuelto a cambiar de color;
ahora se tornaba celeste papel, celeste grisacio.
El río estaba calmo, sereno. Se pintaba de tonos negros, marrones, azules.
No iba a dejarme sumir por la oscuridad, no esta vez.

27 de febrero de 2010

Aurora {primera parte de un nuevo comienzo}

 El sol todavía no aparecia por entre los árboles, mientras el cielo, se aclaraba paulatinamente.
Ya había pasado por tonos de negros, azules, grises, blancos, y ahora, por donde se suponía que saldría el astro rey en cualquier momento, se pintaba de lila, matizado con un tono amarillo, que predecía que hoy sería un buen día.
Parecía una cúpula.
Aún las luces de las casas estaban prendidas...
... Pero ya era de día.
Era tan hermoso.