6 de julio de 2013

Ya no


Y exhalas. Tomas una pequeña bocanada de un aire que se ve (¿el aire puede verse?) y se siente mucho más puro que el que estabas acostumbrado a inhalar. Desde lejos, todo se ve más puro, más simple, más, más, más —¡qué fácil es hablar en retrospectiva!—, respiras más profundo y soltas.

Suspiras.

Exhalas y sentís que el pecho se desinfla un poco, por completo. Sentís como aquellas impurezas se desvanecen en el aire, se esfuman delante de tus propios ojos. Y soltas la cuerda que venías tirando hacía metros, kilómetros. Te rendís y observás tus manos magulladas por tanto luchar, te rendís y suspiras. Porque rendirse no siempre es sinónimo de debilidad, todo lo contrario. Muchas veces es sinónimo de fortaleza. Porque dejas ir aquello por lo que ya no tenía sentido luchar.