5 de diciembre de 2010

Psicosis

Sus puertas yacían cerradas hace tiempo atrás. Pronto las cerraduras serían perfectos refugios para arañas que quisiesen tejer sus telarañas, ya que jamás serían molestadas por nadie. Nadie más se atrevería a salir o a entrar a esa morada.
Mucho antes, cuando aún le quedaba una ínfima fuerza de voluntad, le cerró las puertas al mismísimo Sol. Tapió las ventanas sin más ni menos, pero sin embargo, no se rehusó a iluminar su triste vivienda con luz artificial.
Era cerca del décimo octavo mediodía en el que no prendía el horno ni abría la heladera, había dejado de comer hace bastante tiempo.

Su departamento olía mal, a encierro y a suciedad.
Y en parte era por su culpa, claro está que por no limpiar la casa el olor podría escapar de cualquier lugar. Pero en este caso, ella era la que lo exhalaba: había dejado de bañarse.
Efectivamente, había dejado de socializar, de tener contacto con demás personas, por que cualquier persona era dañina para su salud, sabía que cualquier persona le intentaría infundir ánimos para continuar, que cualquier persona criticaría a su amado y cuestionarían el porqué él la había dejado.
Pero ella no le encontraría sentido a esos consuelos, casi le parecían estúpidos. Él era su razón de vivir, él no era mala persona, no era estúpido, y si la había dejado era por su culpa y nada más que por algo que ella había hecho mal. De todas formas, el consejo más superfluo e inutil era el de seguir con su vida normal, sonaba obvio para ella, desde que él se había ido sus ganas de vivir también la habían abandonado.

Lo único que le había quedado eran las lágrimas.
Se debilitaba cada vez más, encerrada en su comedor, recostada (o sentada) en un rancio sofá, muriendo de hambre, pero su corazón no la dejaba comer. Le pesaba el corazón, se sentía cada vez más y más débil, se preguntaba si moriría, se preguntaba si podría retomar su vida ahora que estaba en su lecho de muerte, se preguntaba si todos los recuerdos que vivía en su mente como si fuese un film antiguo alguna vez habían sido verdad ¿él la había amado o solo era una fantasía?
Entonces, todo estuvo muy claro. Debería haber alguna razón buena por la cuál él la había dejado, y siempre había confiado en él y lo había seguido a todo lo que hacía, ¿entonces qué hacía allí? Si él la había abandonado... entonces ella debería abandonarse, y como si el suicidio fuera una decisión sencilla, dejó de respirar. Además, respirar era un beneficio.

Tal vez apretó sus párpados, o tal vez no. Su cuerpo profirió un último suspiro y porfín descansó. La llama de su vida se apagó y su consumido corazón dejó de latir. Nada (ni nadie) sabía de su prematuro fin, pero en cuanto la putrefacción alcanzó el límite los vecinos se enteraron y la policía entró en acción. El cuerpo yacía inerte, y era la fuente de alimento de miles de insectos.
Los policías se encargaron de buscar sus conocidos, y todos aquellos, tanto sus familiares como sus amigos suspiraron aliviados al oír su nombre, pero gritaron horrorizados al enterarse qué le había sucedido. Lo cierto es que la pequeña había desaparecido hacía mucho tiempo. Encontraron en la casa miles de escritos en donde ella nombraba a su dichoso novio, pero ningún conocido de la susodicha sabía de la existencia de algún marido en cuestión o un amor. Lo cierto es que su madre le encontró el sentido: su novio era producto de su imaginación. Jamás había existido alguien de tanta importancia para ella que estuviese vivo, y por lo pronto, se había encerrado en cuanto la habían diagnosticado de psicosis en el hospital del Estado.

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