17 de abril de 2013


"La máquina es minuciosa; está siempre bien aceitada. La muerte, la traición, la desesperanza estarán ahí, bien preparadas: los estallidos, las tormentas, los silencios, todos los silencios: silencio cuando el brazo del verdugo se levanta por fin; silencio al principio, cuando los dos amantes están desnudos uno frente al otro por primera vez, sin atreverse a hacer un movimiento, en el cuarto a oscuras; silencio cuando los gritos de la multitud estallan en torno al vencedor, como en un film cuando el sonido se traba, todas las bocas abiertas de las que nada sale, todo ese clamor que es sólo una imagen, y el vencedor, vencido ya, solo en medio de su silencio…
La tragedia es limpia. Es tranquilizadora, es segura… En el drama, con sus traidores, la perfidia encarnizada, la inocencia perseguida, los vengadores, las almas nobles, los destellos de esperanza, resulta espantoso morir, como un accidente. Quizá hubiera sido posible salvarse; el muchacho bueno tal vez hubiera podido llegar a tiempo con la policía. En la tragedia hay tranquilidad. En primer lugar, todos son iguales. ¡Todos inocentes, en una palabra! No es porque haya uno que mata y otro muerto. Eso es cuestión de reparto. Y además, sobre todo, la tragedia es tranquilizadora porque se sabe que no hay más esperanza, la cochina esperanza; porque se sabe que uno ha caído en la trampa, que al fin ha caído en la trampa como una rata, con todo el cielo sobre la espalda, y que no queda más que vociferar –no gemir, no, no quejarse–, gritar a voz en cuello lo que tenía que decir, lo que nunca se había dicho ni se sabía siquiera aún. Y para nada; para decírselo a uno mismo, para saberlo uno. En el drama el hombre se debate porque espera salir de él. Es innoble, utilitario."

Jean Anouilh

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