11 de diciembre de 2012

Espejo

Caminar, detenerse en una vidriera y posar la mirada allí. Observar indiferentemente los zapatos esparcidos en un decorado mediocre, levantar la vista y encontrarte en el cristal. Y clavar la mirada con más detenimiento. Observarte observando. Perderte en tu fisonomía, en tu cuerpo, en lo que llevas puesto, sin siquiera pensar en aquella persona detrás del cristal que cree que estás mirándola a ella y se sonríe, que ignora el hecho de que nunca reparaste en su figura por tu mera acción narcisista, y más bien estás mirándote a través de ella, usando aquella vidriera que los conecta como un espejo para observarte a ti mismo
Es que, te buscaba porque quería verme a mí, te miraba y me buscaba en el iris de tu pupila. Buscaba en tu persona todo lo que a mí me gustaría tener, todos mis objetivos, mis metas, mis fortunas; mis carencias. No te buscaba a ti por ti, te buscaba por mí, ¿y cuántas veces habríamos hecho eso inocentemente? Alguna vez leí por ahí una frase que cautivó mi atención: "sigo prefiriendo arder" y era así. Yo quería arder. Arder en éxtasis absoluto, pasión, locura. Una llamarada amnésica. Quería quemarme. Alguna sensación de fuego, saciedad insoportable que jamás sería saciada por completo. Porque el deseo es la falta de algo, carencia. Con la plenitud el deseo desaparece, y al verlo a él, tan estrafalario, quemándose en su egocentrismo, en su improvisado mundo de actuaciones y su mundo de despreocupaciones sentía que quería permanecer allí. Más bien porque quería ser eso. Aquél fuego que yo andaba buscando tan ensimismada, estaba escondido en mi misma. Y era más sencillo buscarlo en ti que permitirme encontrarlo en mi.  

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